Lo que hoy muchos denominan la “nueva normalidad” tras la pandemia mundial del COVID-19, es un punto de inflexión en nuestras vidas cotidianas. En este sentido no hay nada nuevo que contar, cada quien desde su particular situación actual, se ha informado y conoce en mayor o menor medida, los efectos económicos, sociales y personales que esta crisis ha dejado a su paso.
Ya estamos transitando esta nueva realidad, que en gran medida está motivada por el miedo. Es decir, el miedo hoy es el factor principal para la toma de decisiones de una gran parte de la población mundial. Existe un miedo latente que no pasará en un corto plazo, incluso, con la existencia de la vacuna. No será tan fácil volver a ver parques, aeropuertos, plazas y espacios públicos con gente que salga a las calles sin llevar a cabo medidas preventivas, e incluso es probable, que el confinamiento social pueda extenderse a voluntad de particulares con el objetivo de evitar poner en riesgo la vida. Para muchos esta nueva realidad llegó para quedarse en sus dinámicas laborales e interpersonales.
Este miedo que hoy como sociedad nos mantiene cautelosos y atentos a las medidas de las autoridades sanitarias, es el mismo sentimiento que ha empoderado a los gobernantes de múltiples países del mundo. Es un miedo que se ha traducido en muchos casos, como un voto de confianza para que los gobernantes ejerzan el poder de forma legítima, con la finalidad de proteger a la población. En tiempos extremos, la mayoría se cuadra a medidas extremas, por miedo.
Esta disrupción del comportamiento social entonces, puede traducirse en una obediencia social a las autoridades, que en casos como el de México, antes de la pandemia, eran instituciones altamente desacreditadas, salvo la figura presidencial que tuvo su mayor desgaste en el 2020. La Encuesta de Confianza en las Instituciones de 2019, en México, elaborada por Consulta Mitofsky, refleja que los índices de confianza más bajos, corresponden a instituciones como partidos políticos, sindicatos, policía, diputados y senadores.
Por otro lado, el sondeo de Latinobarómetro en 2018, arrojó que los latinoamericanos están como nunca antes insatisfechos con la salud de sus democracias y se inclinan cada vez más hacia modelos autoritarios, en un ánimo de que se presenten soluciones a los problemas sociales y económicos que prevalecen en la región. ¿Y cuáles son estas problemáticas? Incremento de la delincuencia, el desempleo y la economía, principalmente.
La denominada nueva realidad, representa un área de oportunidad crucial para los gobiernos e instituciones que anteriormente contaban con bajísimos niveles de confianza y hoy, cuentan con un contexto más legítimo para atender a las expectativas sociales.
También queda el reto de fortalecer a la democracia en América Latina, que se ha venido resquebrajando con los años.
La estabilidad económica, política y social de la región está en juego y más nos vale transitar la ruta que nos beneficie a todos, porque el ánimo social incluso antes del coronavirus no era precisamente condescendiente con los gobiernos, recordemos un 2019 marcado por intensas protestas, desencadenadas por un gran descontento social en diversos países como Chile, Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, Brasil y Colombia. Hay mucho que hacer y poco margen de error, ¿nuestros mandatarios podrán cumplir con las nuevas expectativas?